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jueves, 22 de septiembre de 2011

Flotar...

Septiembre 22...

Me gusta dormir solo, pienso que es como nadar, te dejas llevar por la corriente de tus pensamientos, hasta que en un momento dejas de pelear contigo mismo y simplemente te hundes, sin respirar… sin sentir.

miércoles, 21 de septiembre de 2011

Miedo...

21 de septiembre, madrugada.

Miedo… Estos días son extraños. Creo que sé donde estoy ubicado en tiempo y espacio, y ninguno de los dos lugares me son cómodos. De hecho no sé si alguna vez he estado cómodo. La vida me está alcanzando como si fueran oleadas muy fuertes y apenas puedo mantener el equilibrio. Sinceramente no creo poder aguantar mucho tiempo, me siento agotado y vacío, sin fuerza para aguantar otro golpe más. Hoy me restregaron esa palabra en mi cara: “miedo”, “miedoso”. No pude hacer nada más que reconocer que tenía razón. Y el que me lo dijera esa persona le da una dimensión aún mayor. Ella se ha convertido en algo que no logro identificar pero que sé que deseo. ¿Qué está pasando conmigo? Estoy caminando en un cuerpo que me es extraño, ajeno, que no importa si duerme cuatro o si vive despierto veinte horas al día. Si come o no lo hace. Vivo en una continua fuga, escuchando los deseos realizados de otros mientras que poco a poco dejo morir a esta persona que soy yo, “esta persona”, ni siquiera puedo decir mi nombre. Escucho tantos nombres y ninguno es el mío.

Tengo miedo.

La canción que escucho mientras termino este escrito es San Cosme y San Damián, de Enrique Bunbury. JC

sábado, 17 de septiembre de 2011

En el vacío...


Nunca me había sentido así, nacido en la oscuridad, hace tanto tiempo ya, y en el despertar abro los ojos para encontrar solo más oscuridad. Mis ojos no encuentran diferencia entre mis párpados y el muro, entre la luz y la no luz. Estoy de pie desnudo donde nadie puede verme y no veo a nadie, el silencio absoluto vestido con el vaivén de mi respiración. Mis sentidos aturdidos por la ausencia de referencias de cualquier tipo, mi miedo curioseando los límites de mi cuerpo.

Soy un niño en una casa muy grande.

Me tambaleo. No sé donde termina mi pie y donde comienza el piso. Estiro la mano y la oscuridad sofoca mi respiración. Tengo que abrir la boca para que el oscuro aire entre en mí, porque me ahogo, me ahogo de esta negrura, de este terciopelo negro que me venda los ojos y que me invita al terror. Los monstruos son reales, y viven en mí, los oigo moverse dentro de mí, haciendo rechinar mis huesos a cada inseguro paso. Me dicen sus nombres, me susurran dulces palabras, invitándome más hacia adentro de mí “no salgas”, a mis sótanos “quédate conmigo” y mis tapancos “no tengas miedo”, a mis baúles “yo estoy contigo” y mis clósets “yo nunca te dejaré”. El hogar de los monstruos, la hora de las brujas.

Se siente suave esta piel, esta piel color noche, este cabello de profundo deseo, este suspiro que me lleva al siguiente paso. De repente, ya no me interesa llegar al final del cuarto, no importa si no encuentro la luz. Es tan cómodo aquí, es tan acogedor. Esta oscuridad siempre me ha deseado, y hasta ahora, pienso que quizás le pertenezco. ¿Será por eso que me busca? ¿Porque me escapé demasiado pequeño huyendo de lo que soy? ¿Me olvidé de mí? Sí me olvidé de mí.

La luz no es más que un recuerdo lejano, una vieja fotografía en el rincón de mi mente. Quizás es solo una ilusión o algo que yo imaginé. Quizás esto es todo lo que es real. Se siente tan viva esta oscuridad, respirándome en la cara, besándome con sus fríos labios mi boca, amándome tal y como a un niño se ama, con ternura, con cuidado, con celo.

Ya no importa más, no importa lo que haya existido antes, no importa lo que vivió junto a mí. No quiero el pasado, pero no lo suelto, porque en algún lugar lo haré realidad. No importa el futuro, pero lo busco, porque ella tiene que estar ahí, en algún lugar.

No importo yo… pero por alguna razón, alguna idiota y egoísta razón, por alguna insignificante y dudosa razón, me niego a morir. ¿Por qué? ¿Por qué no?

Pero ella viene a buscarme…

…y yo me dejo llevar.