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jueves, 3 de junio de 2010

La Velocidad de la Luz...


-¿Cómo dices que te llamas?
-Azrael.
-Muy bien Azrael, antes de que nos vayamos, te quiero explicar esto, no te preocupes, porque va a ser de una manera muy sencilla para que me entiendas, ¿de acuerdo?
-De acuerdo Albert, y te lo agradezco.
-Agradécemelo cuando lo comprendas. Pareces ser un chico listo, pero no está demás simplificar las cosas. Mira, yo le llamo a mi teoría la teoría de la relatividad, y tiene mucho que ver con los descubrimientos de Galileo, ¿conoces a Galileo?
-Por supuesto que sí, de hecho, he platicado con él un par de veces. Algo obstinado, pero de buen corazón, sin duda.
-Bien, pues, a ver, ¿alguna vez has estado en un avión?
-No los utilizo para volar, pero si he estado en varios de ellos. Más de los que quisiera contar.
-Muy bien, ¿te has preguntado porqué una sobrecargo en un avión no sirve la comida mientras hay turbulencias, y espera a que deje de agitarse el avión antes de colocar las bandejas? La razón es obvia: si intentase servirnos mientras el avión se está moviendo nos echaría todo encima. La pregunta te puede parecer una bobada, pero tiene una segunda parte que no lo es: ¿Por qué la sobrecargo sí puede servir la comida cuando se acaban las turbulencias y el avión lleva un vuelo uniforme? Si lo piensas con cuidado, es un hecho bastante sorprendente. Al fin y al cabo un avión de pasajeros suele moverse a unos mil kilómetros por hora respecto al suelo, y eso es una velocidad enorme. En principio una bandeja debería al menos vibrar. Pero no es así. Si el vuelo de un avión es uniforme, los pasajeros ni siquiera notamos que se está moviendo. Y lo mismo ocurre cuando viajamos en un buen tren o en un buen coche: mientras no haya cambios de velocidad ni de dirección y el vehículo se mantenga en movimiento uniforme, los pasajeros ni nos enteramos de que nos estamos moviendo, al menos que miremos por la ventanilla y veamos los árboles pasar, y podemos hacer dentro de nuestro vehículo las mismas cosas que si estuviésemos en casa quietos.
-Muy interesante Albert, nunca me había detenido a pensarlo de esa manera.
-No mucha gente lo hace Azrael, este hecho es lo que se conoce en física y matemáticas como Principio de Relatividad, un principio que demostró tu amigo Galileo y que nos dice que todas las leyes de la mecánica son las mismas para todos los sistemas de referencia que se muevan de manera uniforme. Este principio nos garantiza que da igual desde qué sistema de referencia midamos los movimientos de un cuerpo: siempre encontraremos las mismas leyes. Solo ha de cumplirse una condición: que elijamos sistemas de referencia que se muevan de manera uniforme los unos respecto a los otros. Utilizando este principio, a finales del siglo XIX, dos científicos estadounidenses llevaron a cabo un descubrimiento sorprendente: la velocidad de la luz es constante en todas partes. Este descubrimiento se conoce con el nombre de Ley de Propagación de la Luz, la cual es una ley universal que nos dice que la luz se mueve siempre en línea recta, y con una velocidad constante de 300 000 kilómetros por segundo. Imagínate Azrael, ¡300 000 kilómetros por segundo! ¿No es maravilloso? Imagina poder moverse a esa velocidad, cruzar grandes distancias en cuestión de segundos y ver el mundo detenido mientras te mueves a esa rapidez. ¿No sería algo magnífico?
-De hecho, sí lo es Albert. Cruzar el espacio y pasar junto a las galaxias y los planetas es algo que no tiene palabras. Entiendo perfectamente a Galileo, a Newton y te entiendo a ti. Esa búsqueda de otros límites, ese anhelo por demostrar que lo eterno existe y ese deseo por tocar el borde de lo infinito. Claro que sé a lo que te refieres Albert, y yo quisiera poder experimentar ese deseo que sientes y que sigue haciendo que tu mirada brille y tu voz se acelere, porque una cosa es tener ese deseo en tu corazón y otra cosa es vivirlo todos los días. Yo quisiera poder sentir el amor que tu sientes por tus libros, esa hambre de conocimiento por cosas nuevas, quisiera poder morder una manzana y distinguir su sabor del de una pera, o sentir el amor que ustedes sienten por sus hijos o por sus mujeres. Creo que has sido un hombre muy afortunado Albert. Pero ha llegado el tiempo, y es hora de que nos vayamos.
-Sí, sí, tienes razón. Ustedes siempre con prisa. ¿Tengo que levantarme? Casi no puedo caminar. Que paradójico. Casi no me puedo mover y yo queriendo viajar a la velocidad de la luz.
-Creo que en eso yo puedo ayudarte. Toma mi mano Albert, y no cierres los ojos, porque este viaje apenas está por comenzar.